Ser mortal es algo que nos suena ajeno. La muerte, en efecto no es un fallo humano, estamos destinados a disolvernos entre el polvo. Es el proceso natural de las cosas en el cosmos. Pero, en un mundo con cambios muy radicales, la experiencia de la mortalidad al parecer ha sido reemplazada por el discurso de las instituciones médicas. Es decir, la muerte puede esperar y ese pequeño factor nos ha distraído de formar vínculos familiares y de auto-reflexión. En efecto, la medicina actual nos ha propuestos nuevas alternativas para alongar nuestra existencia, pero cada bien, conlleva una trágica y oscura consecuencia.
En 1790, en América, pasar la barrera de los sesenta y cinco años constituía solo el dos por ciento de la población. Tener una vida extensa no era tan disponible como ahora. Un ejemplo de la propagación de la vida, es exhibida en China ya que tiene más cien millones de gente anciana.[1] Este incremento en la población trajo un paradigma a nuestra comunidad. Por ejemplo, el sobrevivir y alcanzar una larga edad solía ser honrada por nuestros predecesores, hijos y familiares. La familiar solía reunirse para escuchar las historias y las vivencias de nuestros abuelos. [Des] afortunadamente con la una mayor expectación de vida, las personas mayores han pasado a un segundo plano. Una vez que pasas hacer anciano, nuestra valides en la sociedad disminuye.
Claramente me recuerdo de mi abuela, que en sus días no ayudaba con el catecismo y cantábamos villancicos en su casa, en las navidades. En ese entonces ella tenía una edad avanzada pero aun podía moverse y hacer sus quehaceres domésticos. Después de algunos años nosotros ya casi pisando la adolescencia y cambiando nuestras formas de manejarnos en el mundo, incursionamos al mundo de la pubertad.
Totalmente, olvidando ha ese ser que necesitaba más de nosotros, nuestra abuela. Tal vez ella solo necesitaba un saludo, tal vez ella apreciaría una visita para conversar o tal vez simple abrazo. Ella si se aguando el dolor de la soledad para ella sola, no quiso molestar a nadie o quitarles el tiempo a sus familiares. Postrada en una cama, esperando sus últimos respiros, ella falleció sola, así como todos venimos al mundo. Quien sabe que habrá pasado por su mente en sus últimas horas de vida. Era muy joven, no pasaban por mi mente aquellos pensamientos existenciales. Solo veía el cuerpo de ella tumbado en una cama, como pidiendo disculpas por haber convocados a todos en su casa y robarles un poco de sus apurados tiempos. Finalmente, recuerdo su mano apretando la mía y después de unos minutos, el llanto de mi tía confirmo mis sospechas.
Después de casi tres décadas, me doy cuenta que esto no es un caso alienígena a nuestra sociedad actual. Nuestros seres queridos son desechados, una vez que su edad es avanzada. Nosotros, por otra parte jugamos a ser invencibles, derrochadores y con un complejo de inmortalidad. Estos ideales son alabados por los medios masivos de comunicación, formando un enorme vacío en nuestro ser. Oprimimos y descartamos la muerte, en cambio de reconocerla y darle su merecido respecto. Parece como que simplemente estamos tan distraído tratado de satisfacer nuestros propios deseos de abundancia plástica e ideales superfluos. Es un poco difícil creer, como nos mentimos deliberadamente, y vivimos un deliro colectivo que nos hace in-felices. Si cada vez los vínculos familiares son ignorados, si cada vez vivimos una vida de despilfarro, si cada desconsideramos a la muerte como parte natural de la vida, nuestro presente y futuro podría ser ominoso. Es La muerte es lo que hace importante en esta vida, nos brinda un motivo para sobresalir, para brillar en nuestra efímera estancia, porque ser mortal es lo que une eternamente a todos.
[1] Atul Gawand, Being Mortal.18.
Esta reflexión fue inspirada después de haber leído el libro “being mortal”.